Estamos inmersos a tal profundidad en la dictadura de la lógica y la razón que, aunque ciertos juicios e hipótesis sean claramente obsoletos, los respetamos por ser la inercia conveniente sobre la que toda nuestra sociedad se asienta. Dueños del tiempo en el que las mentiras pueden ser útiles verdades impuestas pocos minutos después de ser refutadas, obedecemos a esa alterada razón. Es esta “la razón” que responde a su amo dictador: el sentido… el miedo a la locura. Ese sentido manipulado, luego, afecta la percepción y ejerce perfectamente su labor: controlar, o mejor aún, colonizar, o peor, auto-colonizar la ya deforme y condenada realidad. Queda apenas esta conjura escrita por Glauber Rocha: el sueño.

La Estética del Sueño

por Glauber Rocha, en Columbia University, New York, enero de 1971.

En el Seminario del Tercer Mundo realizado en Génova, Italia, 1965, presenté acerca del Cinema Novo brasileño, A estética da fome (La estética del hambre).

Esta comunicación situaba al artista del Tercer Mundo delante de las potencias colonizadoras: solamente una estética de la violencia podría integrar un significado revolucionario en nuestras luchas de liberación. Nuestra pobreza era comprendida pero jamás sentida por los observadores coloniales; 1968 fue el año de las rebeliones de la juventud.

El Mayo francés ocurrió en el momento en que estudiantes e intelectuales brasileños manifestaban en Brasil su protesta contra el régimen militar de 1964.

Terra em transe, 1966, un manifiesto práctico de La estética del hambre, sufrió en Brasil críticas intolerantes de la derecha y de los grupos sectarios de la izquierda.

Entre la represión interna y la repercusión internacional aprendí la mejor lección: el artista debe mantener su libertad frente a cualquier circunstancia.

Solamente así estaremos libres de un tipo muy original de empobrecimiento: la oficialización que los países subdesarrollados acostumbran hacer de sus mejores artistas.

Este congreso en Columbia es otra oportunidad que tengo para desarrollar algunas ideas respecto al Arte y la Revolución. El tema de la pobreza está ligado a esto.

Las ciencias sociales informan estadísticas y permiten inter­pretaciones sobre la pobreza.

Las conclusiones de los informes realizados por los sistemas capitalistas muestran al hombre pobre como un objeto que debe ser alimentado. En los países socialistas observamos la permanente polémica entre los profetas de la Revolución total y los burócratas que tratan al hombre como un objeto a ser masificado. La mayoría de los profetas de la Revolución total son artistas. Son personas que tienen una aproximación más sensitiva y menos intelectual con las masas pobres.

Arte revolucionario fue la definición paradigmática en el Tercer Mundo en los años 60 y continuará siendo en esta década. Creo, todavía, que la transformación de muchas condiciones políticas y mentales exigen un desarrollo continuo de los conceptos de arte revolucionario.

Primarismos, poses, muchas veces se confunden con manifies­tos ideológicos. El peor enemigo del arte revolucionario es su mediocridad. Delante de la evolución sutil de los conceptos reformistas de la ideología revolucionaria imperialista, el artista debe ofrecer respuestas revolucionarias capaces de no aceptar, en ninguna hipótesis, las propuestas evasivas. Y, lo que es más difícil, exigir una precisa identificación de lo que es arte revolu­cionario útil para el  activismo político, de lo que es arte revoluciona­rio lanzado a la apertura de nuevas discusiones, de lo que es arte revolucionario para la izquierda y  que instrumenta la derecha.

En el primer caso cito, como hombre de cine, el film de Fernando Ezequiel Solanas, argentino, La hora de los hornos. Es un típico panfleto de informaciones, agitación y polémica, utilizado actualmente en varias partes del mundo por activistas políticos. En el segundo caso cito algunos films del Cinema Novo brasileño entre los cuales están mis propios films, y por último la obra de Jorge Luis Borges. Esta clasificación revela las contradicciones de un arte expresando su propio caso contemporáneo. Una obra de arte revolucionaria debería no sólo actuar de modo inmediatamente político sino tam­bién promover la especulación filosófica, creando una estética del eterno movimiento humano rumbo a su integración cósmica.

La existencia discontínua de este arte revolucionario en el Tercer Mundo se debe, fundamentalmente, a lasrepresiones del racionalismo.

Los sistemas culturales actuales, de derecha y de izquierda, son presos de una razón conservadora.

El fracaso de las izquierdas en Brasil es resultado de este vicio colonizador. La derecha piensa según la razón del orden y del desarrollo. La tecnología es el ideal mediocre de un poder que no tiene obra ideológica sino el dominio del hombre por el consumo. Las respuestas de la izquierda, tomando el ejemplo de Brasil, fueron paternalistas en relación con el tema central de los conflictos políticos: las masas pobres. El pueblo es el mito de la burguesía.

La razón del pueblo se convierte en la razón de la burguesía sobre el pueblo.

Las variaciones ideológicas de esta razón paternalista se identifican en monótonos ciclos de protesta y represión. La razón de la izquierda se revela heredada de la razón revolucio­naria burguesa europea. La colonización, en tal nivel, imposibi­lita una ideología revolucionaria integral que tendría en el arte su expresión mayor, porque solamente el arte puede aproximarse al hombre en la profundidad que el sueño de esta comprensión pueda permitir.

La ruptura con los racionalismos colonizadores es la única salida. Las vanguardias del pensamiento no pueden darse al suceso inútil de responder a la razón opresiva con la razón revolucionaria. La revolución es la anti-razón que comunica las tensiones y rebeliones del más irracional de todos los fenómenos que es la pobreza. Ninguna estadística puede informar la dimen­sión de la pobreza.

La pobreza es la carga autodestructiva máxima de cada hom­bre y repercute psíquicamente de tal forma que este pobre se convierte en un animal de dos cabezas: una es fatalista y sumisa a la razón que lo explota como esclavo. La otra, en la medida en que el pobre no puede explicar el absurdo de su propia pobreza, es naturalmente mística.

La razón dominadora califica el misticismo de irracionalismo y lo reprime a bala. Para ella, todo lo que es irracional debe ser des­truido, sea la mística religiosa, sea la mística política.

La revolución, como posesión del hombre que lanza su vida rumbo a una idea, es el más alto ánimo del misticismo. Las revoluciones fracasan cuando esta posesión no es total, cuando el hombre rebelde no se libera completamente de la razón represiva, cuando los que son dignos de la lucha no se entregan a un nivel de emo­ción estimulante y reveladora, cuando, todavía accionando por la razón burguesa, su método e ideología, se confunden a tal punto, que paralizan las transacciones de la lucha.

En la medida, en que la des-razón planea las revoluciones, la razón planea la represión.

Las revoluciones se hacen en la imprevisibilidad de la práctica histórica que es la cábala del encuentro de las fuerzas irracionales de las masas pobres. La toma política del poder no implica el éxito revolucionario. Hay que tocar, por la comunión, el punto vital de la pobreza, que es su misticismo. Este misticismo es el único lenguaje que trasciende al esquema nacional de opresión. La revolución es una magia porque es un imprevisto dentro de la razón dominadora. A lo sumo debe ser imposibilidad de comprender para la razón dominadora, de tal modo que ella misma se niegue y se devore ante su propia incomprensión.

El irracionalismo liberador es el arma más fuerte del revo­lucionario. Y libertad, incluso en los encuentros violentos provocados por el sistema, significa: siempre negar la violencia en nombre de una comunidad fundada por un sentido de amor ilimitado entre los hombres. Este amor nada tiene que ver con el humanismo tradicional, símbolo de la buena cons­ciencia dominadora.

La raíces indias y negras del pueblo latinoamericano deben ser comprendidas como la única fuerza desarrollada de este con­tinente. Nuestras clases media y burguesa son caricaturas decadentes de las sociedades colonizadoras.

La cultura popular no es lo que se llama técnicamente folclore, sino el lenguaje popular en permanente rebeliónhistórica.

La reunión de los revolucionarios apartados de la razón burguesa con las estructuras más valiosas de esta cultu­ra popular será la primera configuración de un nuevo signo revolucionario.

El sueño es el único derecho que no se puede prohibir. La estética del hambre era la medida de mi comprensión nacional de la pobreza en 1965. Hoy me niego a hablar de cual­quier estética. La experiencia plena no puede amarrarse a concep­tos filosóficos. El arte revolucionario debe ser magia capaz de embrujar al hombre a tal punto que no soporte más vivir en esta realidad absurda.

Borges, superando esta realidad, escribió las más liberadoras irrealidades de nuestro tiempo. Su estética es del sueño. Para mí es una forma de iluminación espiritual que contribuye a expander mi sensi­bilidad afroindia en  dirección a los mitos originales de mi raza. Esta raza, pobre y aparentemente sin destino elabora en la mística su momento de libertad.

Los dioses afroindios negaron la mística colonizadora del catolicismo, que es brujería de la represión, y redención de los ricos.

No justifico ni explico mi sueño, porque él nace de una intimidad cada vez mayor, que es el tema de mis filmes, el sentido natural de mi vida.*

(*las negritas son nuestras).