Cuento publicado en la revista Escala, Aeroméxico. Diciembre 2009.
Rompecabezas
Por Iliana Pichardo
Así eran todas las tardes. Su madre encallada como ballena en su sillón. Sobre la mesa: los cigarros, la leche con chocolate y el rompecabezas de la feria.
La mamá de Ana caminaba un promedio de veinte minutos al día. Diez por la mañana cuando se despertaba e iba de la cama al sillón de la sala, y diez por la noche siguiendo esta ruta, a la inversa. Pesaba 140 kilos y medía un metro con sesenta y cinco cm. Su obesidad había comenzado después del nacimiento de su hija. Ana no podía imaginarse a su madre antes de aquella deformación. Lo que sí recordaba eran sus brazos con tatuajes coloridos: un dragón, una virgen, un pez.
Hacía cinco años que Ana había dejado la casa de su madre. Sin embargo, iba todos los días en su hora de comida a visitarla. Le llevaba cigarros, limpiaba la bacinica, y bañaba a su madre cada tercer día. Le compraba tortas de pierna adobada, que eran sus favoritas, y detrás del sillón colocaba una bolsa con nueces de la india, galletas y pasas con chocolate. Nunca se las daba en la mano. Que por lo menos se esfuerce para alcanzarlas cuando yo no esté, pensaba.
Cada tarde abría la puerta y veía a su madre, como ídolo, postrada en su sillón. Cigarros, leche con chocolate, el rompecabezas de una feria. Sus brazos con tatuajes, la tinta diluída en la piel kilométrica hasta perder su forma original. El cuello oculto como un tronco podado y su vista clavada en las pequeñas piezas de colores.
Un día como todos, Ana entró a casa de su madre con las tortas en la mano. Al cruzar el marco de la puerta, aquel escenario parecía por primera vez una playa desierta: ningún mamífero encallado.
Se sentó en el sillón acostumbrado a la forma de su madre. Prendió uno de los cigarros, miró hacia la cama sólo para comprobar su certeza: vio a su madre derrumbada, como un transatlántico hundido en un mar congelado. Los ojos se llenaron de agua. Por varias horas fumó y tomó leche con chocolate, mientras colocaba una pequeña pieza tras otra, dándole forma a los colores. Cuando completó el rompecabezas, la sala se encontraba en penumbra pero pudo cotejar satisfecha que el dibujo de la feria, era el mismo que el de la caja.