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¿Qué puede mirar un artista que ha llegado a convivir a las sierras oaxaqueñas? La imaginería romántica pronto se desvanece ante la realidad de los universos no urbanos de la cultura latinoamericana. Allí se entrañan, de una manera muy clara, todas las contradicciones históricas. Especialmente las relaciones de poder que el mundo colonial ha grabado a fuego en las comunidades. Sin embargo, la belleza y el abuso no se excluyen mutuamente. Convive así lo que duele y lo que encanta. Bernardo Pérez es un artista de la imagen que integra en sus trabajos la profunda lucha de esta tierra.

 

 

Por Bernardo Pérez

 

Oaxaca me atrae por múltiples razones. Exploré varios pueblos del estado buscando, quizás sin mucho método, un lugar donde radicar y emprender una colaboración documental a una escala mayor. Mi interés era formar parte en proyectos de educación popular, aprender de la organización comunitaria, intercambiar servicios de foto y video por clases de música y otros saberes, y en última instancia, usar todo ese aprendizaje en la formación de una Escuela de Cine Popular.

Amigos músicos y colegas mencionaron numerosas veces a Tlahuitoltepec, en la Sierra Mixe, como el lugar obligado para comprender la importancia de la música en los pueblos y los fundamentos de la educación comunitaria. Así que ahí me dirigí.

Mi experiencia documentando proyectos musicales en Oaxaca ha sido un caleidoscopio de emociones, que van desde lo sublime hasta la más profunda indignación. Las fotos que se reúnen aquí son un conjunto de buenas experiencias, momentos que se capturan por el placer de compartirlos con la gente cercana, más que el ánimo de conformar una exposición o muestra.

Mi método de trabajo consiste en dejar de ser un testigo ocular de los acontecimientos para formar parte de los mismos. Existe toda una filosofía acerca de la comunalidad en los pueblos serranos, pero la base de esas teorías siempre ha sido la práctica directa, no la supuesta objetividad de quien mira desde afuera, sino la colaboración y el intercambio.

Bajo esta premisa colaboré como maestro de filosofía en el CECAM en Tlahuitoltepec mientras realizaba el documental de los 40 años de la institución. Gracias a esta participación y viviendo dentro del plantel junto a los alumnos de albergue, descubrí que detrás del romanticismo que impregna todos los materiales audiovisuales disponibles sobre el CECAM, existe un verdadero cacicazgo que se aprovecha de los recursos económicos que recibe la escuela, del talento de los jóvenes que ya ingresan con experiencia musical, y de las aportaciones de buena voluntad de muchos maestros de música, fundaciones y personalidades que llegan desde el exterior con apoyo.

El plantel carece de plan de estudios, la plantilla de maestros es deficiente, y hay un manejo deshonesto de los recursos económicos. Aunque lo realmente oscuro para mi, fue descubrir muchas historias de abuso sexual contra alumnos y personal de la escuela por parte de maestros y directivos, historias que no salen a la luz porque los testigos directos no quieren confrontar a los agresores.

El material que grabé allí en un año y medio consta de excursiones con la banda y vida cotidiana en el plantel. No hay entrevistas porque los jóvenes son muy reacios a soltarse frente a una cámara o un micrófono, y las autoridades de la escuela no quieren salirse del discurso edulcorado al que están acostumbradas, son hostiles a los cuestionamientos sobre las problemáticas del plantel.

Alrededor de la música conocí a varios colaboradores aquí en Tlahui, y uno de ellos me llevó a la zona del basurero de la ciudad de Oaxaca, donde fui invitado a documentar el proyecto de la Orquesta de Santa Cecilia, una escuelita comunitaria que estaba despuntando e iba a tener su primer gran concierto en la Ciudad de México en 2018.

A ese proyecto en ciernes, llegué con el mismo método de trabajo. Más que empecinarme en entrevistar gente y que me dijeran lo que yo quería escuchar, abrí un taller de fotografía para los jóvenes del barrio, y a la par documenté en video las salidas de la orquesta e hice foto fija de sus presentaciones.

En ambos proyectos documentales la colaboración, más que el trabajo propiamente documental, me acercó a conocer el lado conflictivo y deshonesto de ambos proyectos musicales. En Santa Cecilia gracias a la confianza que se generó con los alumnos salieron a la luz historias de abuso y acoso del director de la banda, se investigó y las autoridades de la escuela depusieron al maestro pero encubrieron el hecho y se generó una reacción adversa y violenta de los padres de familia en contra de las afectadas. Mi partida de esta última comunidad se precipitó porque no estuve dispuesto a encubrir estos abusos y se publicó la historia en la prensa de Oaxaca, lo que ocasionó un ambiente hostil en el plantel que motivó, también, que varios colaboradores se retiraran conmigo.

Mi pregunta siempre fue ¿en qué momento proyectos educativos tan útiles y valiosos comienzan a pudrirse desde el interior? La respuesta que me doy es que desde el principio quienes ejercen el poder son las personas menos capacitadas y más autoritarias, mientras quienes son generosos y colaborativos rehuyen a dirigir o tomar el control de los planteles.

En 2019 conocí a un compositor mixe, Eduardo Mendez, con quien comencé la película Músicos Campesinos. Salimos a entrevistar en lengua ayuujk a los compositores clásicos de la música mixe y verdaderas figuras como lo son Tomás Vargas Gris, Alfredo Reyes, Isaías Vargas y Honorio Cano. Esta experiencia fue muy enriquecedora y me permitió visitar otros pueblos de la región mixe y abrir el abanico de experiencias sobre la vida musical y sus pormenores. A esta película se sumó el fallecido Genaro Santiago, de Valles Centrales, quien fue en vida copista de partituras -una actividad ahora desaparecida- y quien, con 91 años, nos narra sus peripecias como maestro de banda y campesino.

Músicos Campesinos no habla sólo de las bondades de la música en los pueblos, sino de las arduas condiciones en las que ellos mismos se abrieron camino por la vida, cuando ser músico era una obligación sin goce de sueldo, y a lo “más” que se podía aspirar era a recibir el alimento diario en las fiestas. Allí muchas veces los músicos se volcaban al alcoholismo dadas las tradiciones, también al abandono de sus familias por cumplir con las obligaciones comunitarias, o al menosprecio de las autoridades y escuelas donde colaboraron, e incluso al frecuente robo de sus piezas musicales.

La vida en la región es difícil, existe un machismo acendrado que a simple vista no se nota, pero se ejerce desde los núcleos familiares sobre las mujeres y define su conducta y actividades. La inclusión de las mujeres a la música es algo muy reciente y costó mucho trabajo y muchas críticas, ahora por primera vez hay más niñas que niños en las bandas musicales de muchos pueblos de la región.

Mi reflexión es que cuando llegamos de fuera a documentar no podemos ver la complejidad de las dinámicas de poder en los pueblos y proyectos culturales debido a que todas las personas te tratan con enorme amabilidad. Quien decide quedarse y colaborar poco a poco va observando que esa actitud amable, muchas veces, es una máscara que sirve para silenciar los abusos de poder sistemáticos que día con día se sufren en los hogares y planteles. Y que si alguien que llega de fuera comparte opiniones sobre temas delicados como el machismo y el abuso de autoridad queda, inevitablemente, en el ojo del huracán.

Quiero continuar viviendo aquí, porque es tierra fértil para construir una escuela de cine con premisas y métodos no tradicionales en la educación cinematográfica. Una escuela en la que se reconozcan las labores del campo, la sabiduría ligada al maíz y los saberes escindidos en la lengua ayuujk. Conjuntando técnicas y elementos de diversas disciplinas que hacen posible que una película se construya, formar generaciones de pequeños maestros que a su vez, una vez formados, continúen la labor educativa en su comunidad y sean capaces de abrirse camino en la vida a través del cine.

 

Sueño de niño, Banda Chispa Oaxaqueña, de María Lombardo de Caso, Oaxaca

 

Bernardo Pérez (Ciudad de México, 1981) es realizador y fotógrafo. Su trabajo está enfocado en el cine, en videos que apoyan a emprendimientos locales, en videoclips para bandas locales y en formar alianzas con personas que por su pensamiento y acciones considera que son un ejemplo de vida. Actualmente tiene dos películas en postproducción y un documental en proceso titulado Músicos Campesinos. Parte de su trabajo lo expone con el sello Ciénega Cine

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