Rafaela 2099

Textos Francisco Marzioni

Ilustraciones: Maximiliano “Trjorksen” Cadenazzi

 

1.

De las “Memorias del Ingeniero Ragnar Long” – Pag. 8 y 9 – Editorial La Perla – Abril 2063 – Rafaela, Argentina.

Mi abuelo Xavier era presidente de la Cámara de Transporte de Granos y fiscalizaba los envíos a la Aduana Exoplanetaria en el Preembarque Rafaela. Cuando tenía 11 años pasaba los fines de semana en su casa durante las vacaciones. Mi abuelo siempre le llevaba a mi abuela un racimo de frutos rojos de rubikons del árbol que estaba enfrente de su trabajo y ella hacía tartas riquísimas. Un sábado a la mañana desayunamos un pedazo de tarta de rubikon cada uno y fuimos a las Oficinas del Prembarque. Me explicó las claves de conteo y contabilicé las cargas del hipersilo que saldría esa mañana. Ese fue mi primer trabajo. Tenía que hacer un esfuerzo para llevar la cuenta y no   distraerme con los simpáticos dinosaurios que corrían por Boulevard Lehmann, en aquella época todavía no habían matado ningún chico y andaban sin correa por todos lados. Cuando un hipersilo se levantaba en el aire y surcaba el cielo plomizo por la ceniza radiactiva, el abuelo decía: «ahí va lo más importante que tenemos, Ragnar, nosotros alimentamos a las Colonias, Rafaela es el granero del universo». Mucha gente llegaba en los aerobuses a ver las antiguas construcciones que todavía existían en el centro rafaelino. 

Al lado de la Oficina de Control estaba el Castillo de Foti que tenía una gigantografía con la cara del fundador de la ciudad. En la escuela nos decían que ese castillo fue su casa, que desde ahí había gobernado muchos años, tantos que murió combatiendo a los invasores alienígenas del 28. A mi me daba un poco de miedo ver esos ojos vacíos y lejanos, como mirando un lugar que ya no existía para nadie. La gente le sacaba fotos a la cabezota y al Castillo, los chicos jugaban con los dinosaurios y les daban comida potásica que vendían en un carrito de enfrente. Cuando se iba uno llegaba otro, y la escena se repetía. Al fin de la tarde todos los turistas me parecían iguales. Al atardecer, mi abuelo me llevó al árbol de rubikon, me hizo ancla y agarré algunos frutos. Comimos en el camino de vuelta sin hablar de nada. Mi abuela me dijo que mi ropa olía a combustible de hipersilo y me dio un beso cuando le di los frutos de rubikons. Desayunamos y merendamos rubikons una semana, me cayeron mal y me tuvieron que internar en la Clínica Mayo. Muchos años después cuando pasaba cerca de un hipersilo, el olor a combustible me hacía vomitar.

 

2.
Extractos del artículo firmado por Emilio Grande Actis IV, – Edición digital del Diario La Opinión – 3 de agosto de 2068.

“La Iglesia Universal Intergaláctica apareció en nuestro mundo en 2066 trayendo un mensaje de amor y paz que cruza las estrellas. En una operación financiera de proporciones nunca vistas adquirieron las propiedades de la decadente Iglesia Católica Apostólica Romana en el mundo e instalaron allí sus templos. Renovaron los antiguos símbolos y los adaptaron al nuevo mensaje que reúne a todas las razas del universo. También en cada pueblo, ciudad o región adoptaron signos locales, para incrementar la empatía con los habitantes. (…) En Rafaela demolieron la mítica Catedral San Rafael y construyeron su propio templo, instalando en su puerta la frase «salva tu alma», con la que los rafaelinos estaban familiarizados desde siempre.”



“El Obispo de la Iglesia Universal Integaláctica de Rafaela explicó a
La Opinión que “se colocó un holograma que reproduce a la antigua Catedral San Rafael, para que los fieles de la ciudad recuerden que somos parte de un mismo mensaje de amor que recorrerá el universo”. Esta decisión fue imitada por muchos templos de esta religión, siendo Rafaela orgullosa pionera en la modalidad.  El Obispo explicó asimismo que la Iglesia ya tiene programada la compra de varios edificios de instituciones que desde hace años se encuentran en desuso para reformar las construcciones según una serie de ideas arquitectónicas innovadoras traídas de lejanos lugares de la galaxia y que pondrán a Rafaela a la vanguardia de la construcción en el país.

Son muchos los rafaelinos que se vieron atraídos por esta propuesta que renueva la Fe y expande la conciencia espacial de quienes vivimos en las pequeñas ciudades”, finalizando con que “los rafaelinos nos sentimos honrados por la decisión de la Iglesia de convertirnos en centro de su expansión por la Tierra y ya son numerosos los misioneros que están siendo educados en las escuelas del credo para convertirse en embajadores intergalácticos”. 

 

  1.  

¿Qué es una ciudad? No dejé de hacerme esa pregunta en todo el viaje. Pasamos por muchísimos pueblos, algunas ciudades grandes y chicas, antiguas y modernas. Todas deshabitadas ya. Deshabitadas de hombres, claro. La naturaleza las ocupa. Las plantas, las ramas, los insectos. Los gatos salvajes escapan al escuchar el tronar de nuestras motocicletas. A veces, cuando alguno de los científicos se queda muy quieto con sus instrumentos haciendo mediciones, un gato se acerca tímidamente buscando comida. Huye apenas el científico lo ve. Prefieren robarnos de noche en los campamentos, y es cuando puede ponerse feo. Los perros, tal vez recordando que hace no mucho su raza fue la más cercana al hombre, suelen ser más amistosos. Les damos lo que podemos y lo agradecen quedándose cerca. No necesitan cuidarnos. Ya no quedan humanos que nos ataquen en muchos kilómetros. 



A medida que avanzamos en este viaje y, a la vez en esta investigación, podemos ver que el plan de los extraterrestres fue ejecutado a la perfección. Colapsaron el sistema económico y asolaron a la humanidad una y otra vez. La aceleración de la producción, el cansancio de la vida urbana, la exclusión de los pobres, tontos y enfermos, las pandemias, los terremotos, cataclismos, todo parece haber sido la combinación aprovechada para que, cuando llegaron, encontraran la sociedad perfecta para dominar y después diezmar. Hoy los cuerpos abonan la tierra. Cuerpos sin tumbas. Ni cruces ni placas quedan ya. Simplemente enterrados en silencio, en la noche, con las mismas grandes máquinas que construyeron los domos sobre los edificios emblemáticos de las ciudades, las mismas que renovaron la arquitectura dejando un testimonio imborrable de su paso. 

¿Qué querían? Es la gran pregunta de los que quedamos. Los hijos de los rebeldes, de los expulsados por advertir sobre la oscura trama. Somos muchos los que sabemos lo que hicieron nuestros padres. Un día volverán a existir las escuelas y los libros de texto, y los chicos deberán aprender lo que hicieron por nosotros, cómo nos entrenaron para habitar un mundo desolado. Todo pasó tan rápido que no hubo siquiera tiempo de pelear. Cuando los extraterrestres llegaron construyeron esas increíbles iglesias. Compraron los medios, sedujeron a los políticos y prometieron un bienestar incalculable. Impusieron su sociedad de control que fue aceptada por los más conservadores, por los dueños del poder y la opinión pública, que se aferraban a ese mundo de dinero y producción, de trabajo incansable sin descanso, de avaricia y procreación sin sentido. Muchos lo vieron y no hicieron nada, cómodos detrás de sus pantallas, de sus sillones, pagados por los mismos que los dominaban. Fueron pocos, realmente pocos, los que escaparon. Echados de sus casas, apartados de la vida social, obligados a exiliarse. Nosotros, sus hijos, crecimos en tráilers y campos desolados, escuchando historias increíbles sobre ciudades que tenían redes de agua potable, mientras sacábamos barro sucio de un pozo, cortábamos leña para la noche y nos tapábamos con pieles de vacas robadas. 

Consiguieron poner a las personas en una burbuja y la aplastaron de un golpe. Diezmaron los cuerpos y los enterraron para siempre. Hoy las ciudades son bosques, selvas, campos donde sólo crece la vegetación y los animales vagabundean sin destino, cazándose entre sí. Los rastros de lo que fueron los cines, las tiendas de ropa, los supermercados, todos son museos entre tumbas sin nombre. Sólo nos queda la arquitectura que se alza silenciosa, los rastros y herramientas, las reservas de nafta, que parecen inagotables, y los libros que se van degradando entre el polvo y la humedad. Sus computadoras están apagadas, ya no funcionan sus teléfonos, casi todos son adornos para decorar las casas de los que sobrevivimos, los que habitamos este mundo nuevo y no sabemos quiénes somos. 

Nos preguntamos para qué lo hicieron y si fue su única visita. Tal vez vuelvan a terminar lo que empezaron. Sea lo que sea eso que hayan empezado. Nosotros, los científicos, decidimos viajar por las ruinas del mundo de nuestros abuelos para entender lo que pasó. Estamos muy lejos. Estamos ahora en una ciudad que se llamaba Rafaela. Es como todas las otras, memorabilia de la mezquindad, la desconfianza, la desesperación, la negación. Un monumento a lo que fuimos y no queremos volver a ser nunca más. 

Dejo de escribir. Escucho a los gatos maullando. Podrían ser violentos y luchar por lo que quieren. Tengo mi rifle al lado del fuego. Estoy listo para disparar contra el pasado que nos acecha. Estoy listo para pelear por el futuro, lo único por lo que vale la pena pelear. Ahí voy.